Por Juan Sagarna, director del departamento de Sostenibilidad, Calidad e Innovación de Cooperativas Agro-alimentarias de España.
En los últimos meses, el servicio Sentinel de la UE avisaba de la superación de los máximos históricos de temperaturas en el planeta. También teníamos conocimiento de una encuesta realizada por el periódico The Guardian entre científicos climáticos en la que mostraban su actual desesperanza. Los investigadores del clima consideran casi imposible sostener el calentamiento global por debajo del grado y medio sobre la media preindustrial, es decir, el límite de seguridad que se pactó en el Acuerdo de París. El 77% consideran que se sobrepasarán los 2,5ºC, y más de un tercio de ellos que se llegará a los 3 grados. El artículo recoge la zozobra de estos expertos, por la inacción de los poderes públicos ante sus recomendaciones. Los escenarios esperables son definidos por la propia ONU y la comunidad científica como “terreno desconocido” o incluso “futuro distópico”.
Abrumado por las evidencias, el negacionismo ha perdido prácticamente todos sus argumentos, al menos fuera del extremismo político. El 99% de los científicos, sus publicaciones y sus organizaciones, están de acuerdo en la realidad preocupante del cambio climático y de su indudable origen humano. Más de doscientas academias y organizaciones científicas de todo el mundo han declarado su convencimiento, más allá de toda duda, de la realidad del cambio climático. Instituciones como la ONU, OMS, FAO, UNICEF, NASA instan a evitar que los bulos y la desinformación comprometan la lucha contra la emergencia climática.
Aunque estas advertencias no están promoviendo los cambios al ritmo adecuado, la esperanza está en que, por fin, se alcance el pico de emisiones de CO2 mundiales en el 2025 e incluso este mismo año. A partir de ese momento, la ansiada reducción. La Unión Europea, EE.UU., Canadá, Brasil, Australia y otros grandes emisores se han comprometido a ser neutros en 2050, mientras que China y Arabia Saudí lo harán en el 2060 e India en el 2070.
La agricultura frente a los compromisos de reducción de emisiones
En Europa, el sector agrario ha defendido, hasta ahora con notable éxito, su condición de sector sensible y “hard-to-abate”, concepto en inglés para expresar con contundencia lo difícil del abatimiento o reducción de emisiones. No hay estrategias y tecnologías sencillas para reducir estas sin comprometer la producción de alimentos o la viabilidad económica de los agricultores. El mejor camino es lento y es el que pasa por la eficiencia productiva, reduciendo inputs de origen fósil, incorporando aditivos que aún son costosos en la alimentación animal, etc.
Debido a esto, la propia Comisión Europea ha dejado a la agricultura al margen de los fuertes compromisos de reducción para el 2040 y 2050 que sí se exigirán a otros sectores. Después de la demostración de fuerza en las recientes manifestaciones, se confía más en una política de incentivos a los agricultores para fomentar el secuestro de carbono y lograr una reducción neta y no bruta de sus emisiones, es decir, compensar las emisiones del sector que se originan en su actividad con la captura activa de carbono en el suelo.
Quedan sin cerrar, sin embargo, la cuestión de las emisiones de metano, de las cuales la ganadería emite el 30% en la fermentación entérica de sus rumiantes. No es que sean más perjudiciales que otras, sino quizás lo contrario. Debido a su baja persistencia solo permanecen unos años en la atmosfera, en lugar de los siglos de las emisiones CO2. Pero, precisamente por ello, su reducción se haría notar positivamente en una década, dando un respiro a los maltrechos esfuerzos de combate a la emergencia climática. Se considera que una reducción del 40% de estas emisiones podría suponer por si solo una reducción de medio grado centígrado.
El Methane Pledge firmado por 158 países se compromete a reducir un 30% para el 2030. En el mismo sentido, se dirige la imposición de un régimen fiscal específico en Dinamarca, ambos permanecen como ejemplo de posibles movimientos regulatorios en este sentido. La Comisión Europea comienza a evaluar, de momento muy tímidamente, las opciones de integración de la agricultura en el régimen de comercio de emisiones. Las tendencias sobre la reducción sensata de la proteína animal y las decisiones que los consumidores tomen respecto a su dieta alimenticia en función de criterios saludables y sostenibles alimentarán también este debate.
Concentrémonos en la adaptación
El sector puede esperar cierta tregua en las obligaciones de reducción, y ese respiro puede ser aprovechado para pensar detenidamente en cómo puede afectar a la agricultura el nuevo escenario climático. Es decir, el impacto de esos grados adicionales en la producción de animales y plantas.
Según la reciente encuesta encargada por Bayer a 2.000 agricultores de Australia, Brasil, China, Alemania, India, Ucrania y Estados Unidos, el 75% tienen preocupación o han experimentado ya los impactos del cambio climático. Más de la mitad declaran que tienen más sequías que hace 10 años y hasta el 62% de forma especial en los últimos 3 años. El 61% han tenido reducción de ingresos debido a fenómenos adversos climáticos en ese mismo periodo.
El equipo de proyectos de Cooperativas Agro-alimentarias de España, en recientes encuestas dentro del proyecto Credible con sus expertos por todo el territorio, ha constatado la preocupación de estos antes las sequías anómalas, el adelanto de las floraciones y las cosechas, la falta de horas de frío, especialmente en el verano, etc.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) maneja distintos escenarios denominados RCP, los más destacables son los situados en el rango entre el RCP 4.5 y RCP 8.5, es decir, entre el más probable actualmente (2,5 grados de incremento) y el desastroso (5 grados).
Los expertos nos dicen que, de forma genérica, podemos prever en nuestro país un incremento de las temperaturas, y como consecuencia una mayor evapotranspiración de las plantas. A pesar de que las precipitaciones totales pueden no variar, estas se presentarán más frecuentemente en forma de lluvias torrenciales. También las olas de calor serán más prolongadas. La aparición más frecuente de plagas y una mayor variabilidad climática son otros de los efectos que tendrá que asumir la agricultura. En el gráfico ya se puede contemplar la mayor frecuencia de sequías e inundaciones a nivel mundial en los últimos 30 años.
En una reciente presentación organizada por la Federación Española del Vino, la doctora Emma Gaitán explicaba que, según los modelos climáticos, la producción en las zonas tradicionales vitivinícolas estará amenazada en las próximas décadas. Por el contrario, el norte peninsular y las zonas montañosas mejorarán sensiblemente su capacidad de producción vitivinícola, aunque con riesgos incrementados de enfermedades fúngicas debido a las mayores temperaturas y el aumento de humedad.
En las sequías agrícolas se producirá un aumento alarmante del territorio afectado. Sólo la cornisa cantábrica y las zonas del sureste ya azotadas frecuentemente por estos fenómenos se mantendrían como en la actualidad. En cambio, vemos en el gráfico, como los amenazantes puntos rojos aumentan su distribución siguiendo la diagonal sur este noroeste, avanzando a lo largo del siglo.
Ante este panorama es crucial que el sector acometa estrategias de adaptación. Estas deben ser territoriales, con profundo conocimiento de la realidad productiva y de la afectación edafoclimática de las nuevas condiciones.
Uno de los riesgos es que el sector lo apueste todo a los “milagros” tecnológicos, pensando que la nueva genómica y el CRISPR será capaz de poner de forma inmediata en el mercado nuevas variedades resistentes a la sequía, más productivas, etc. Si esto se produce, bienvenido será, pero es sensato pensar que no está garantizado que suceda. Es más probable que tengamos que contar con varias herramientas para combatir la emergencia climática en nuestras explotaciones. No perdamos tiempo en analizar nuestra propia situación territorial y productiva e intentemos prevenir antes que curar.
Las cooperativas tienen más capacidad de llevar a cabo acciones coordinadas entre sus agricultores y, por tanto, mayor responsabilidad en promoverlas por propia iniciativa. Las cooperativas deben trabajar en planes de contingencia a escala comarcal, partiendo de los escenarios previstos que están disponibles incluso a nivel municipal, diagnosticar los potenciales problemas y ver qué cultivos podrían estar afectados y plantear reemplazos por especies o variedades o modificar los periodos de siembras y cosechas. Diversificación de cultivos, rotaciones y mejor manejo del suelo, gestión del agua de lluvia y riego, mano de obra en la explotación, etc. En ganadería, de igual forma, la elección de razas adecuadas, la disposición de refugios térmicos o mecanismos de ventilación serán elementos cruciales.